Partidarios del presidente Mubarak ingresaron a la plaza a pie, con caballos y camellos, y chocaron con los manifestantes que piden la renuncia del mandatario.

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Dura batalla campal en El Cairo entre oficialistas y opositores – Varios periodistas fueron golpeados. Con 3 muertos y 650 heridos. De un momento a otro todo cambió, y los gestos triunfales se convirtieron en gritos de dolor y furia . La batalla por la conquista de la Plaza de la Revolución en el centro de El Cairo comenzó a las dos de la tarde y al poco tiempo había 650 heridos y al menos 3 muertos . Pero cuando oscureció la furia se multiplicó y siguió el choque sin límites entre estos dos bandos que cortan en un tajo al país.

Hubo de todo ahí; lluvia de piedras, bombas caseras de nafta y cargas con caballos y camellos sobre los manifestantes , como en una ridícula película de vaqueros.

También disparos que se escucharon durante parte de la noche en medio de los fuegos que dejaban las molotov .

Por las calles, este enviado pudo ver manchas de sangre sobre la calzada y pedazos de tela de camisa y de pantalones también tiznados de rojo , huellas de la ferocidad dentro y fuera de esta plaza que ha sido el escenario central de la rebelión contra la dictadura del presidente Hosni Mubarak.

La batalla brutal entre oficialistas y opositores es porque quien conquiste ese sitio a la vera del Nilo supone que conquistará el futuro del país.

Por eso el choque comenzó a dibujarse antes de que los bandos se enfrentaran. Si el martes, durante la gigantesca marcha se mantenía el romanticismo revolucionario y la gente ahí quería hablar con los periodistas y relatar su pedido de un régimen democrático, ayer apareció una nube de personajes que controlaban lo que los jóvenes decían a la prensa y otro grupo bien patotero que marcó y agredió a los periodistas , incluyendo a los enviados de Clarín . Era claro que algo se preparaba.

Ese cambio de clima anticipó el desastre. En diversos puntos de la plaza comenzaron a producirse incidentes. Porque aparecía gente que se manifestaba a favor de que Mubarak permanezca hasta las elecciones de setiembre, como anunció anteanoche en un discurso en el cual dijo que ya no se presentaría como candidato. La oposición no quiere eso, porque saben que el comicio será amañado como ha sido siempre aquí si Mubarak no renuncia antes. Pero otra parte del país cree que es una buena fórmula.

«Si lo aguantaron 30 años, pueden tolerarlo unos meses mas» , decía un cartel. Las peleas individuales terminaban con grupos llevando a individuos con el rostro sangrante y a presión fuera de la plaza. Hasta que fueron muchos y ya no pudieron.

A la tarde, sobre una esquina del predio, llegó una enorme columna de hasta 2.000 partidarios de Mubarak que cargó sobre los manifestantes.

«Son todos policías y gente pagada» , gritaban los militantes. Como en la edad media, una vanguardia de los oficialistas pasó entre los tanques militares que no intervinieron, lanzando piedras para intentar vencer la resistencia y conquistar la plaza.

Era impresionante observar la lluvia de proyectiles que volaban desde uno a otro bando cubriendo el cielo. Pedazos enormes de baldosas filosas que despedazaban las cabezas cuando lograban el blanco. De pronto, se formaron equipos que destruían las veredas para juntar la munición que llevaban en camperas convertidas en bolsos improvisados hasta las líneas de adelante, donde se producía la batalla. Otros, de a docenas, como si lo hubieran coordinado, golpeaba con sus palos las paredes metálicas de un gran obrador para animar al combate a su gente.

Había heridos por todas partes tomándose la cabeza, algunos los ojos. Los que aún sangrando podían caminar llamaban a los demás a ir como ellos a la batalla. Y todo un racimo de gente furiosa se cargaba de piedras y se lanzaba hacia adelante. Llorando, un hombre le dijo a este enviado: «Nos quieren matar a todos, eso es lo que quieren para callarnos».

Para hacer aún extravagante y brutal la escena, por esa esquina ingresó una tropa de caballos y camellos a todo galope saltando sobre la gente, los jinetes partiendo el rebenque en las caras de sus adversarios que rodaban por el piso. En un momento, uno de los de a caballo fue atrapado y cayó de la montura a manos de media docena de personas que lo comenzaron a patear.

Una escena que ni viéndola parecía posible .

Ese asalto pareció por momentos ser ganado por los jóvenes rebeldes pero las columnas oficialistas seguían llegando con carteles que proclaman «Mubarak es grande» y cubriendo las otras entradas. La guerra se fue generalizando.

Este enviado, seguido por su compañero Patricio Arana, se fue corriendo lentamente hasta la vanguardia de esa pelea, donde había dos tanques con soldados y un vehículo policial muy dañado y el suelo tapizado de piedras y baldosas. Había que ir con cuidado porque de pronto se intensificaba la pedrea. Parapetados contra el vehículo policial y tomando notas, de pronto apareció un robusto hombre vestido con traje que tiró una mano fuerte en mi espalda y me llevó a la fuerza a un amplio corredor donde estaban los militares.

Era lo más parecido a un arresto.

En un instante eran varios que me empujaban sobre el oficial. Otro individuo agarró desde un extremo mi libreta de apuntes y tiró de ella. Me negué a dársela y este hombre soltó en árabe un rosario de insultos y arrebató la libreta. Al rato, el militar la devolvió ordenando que saliéramos de ahí «por seguridad». Atrás de esa escena, un militar le reclamo a Arana el chip de su teléfono. Y otro individuo que se identificó como militante de Derechos Humanos dijo en inglés que los civiles de ahí no eran ni policías ni militares, sino matones.

A otros periodistas les fue peor. Hubo muchas cámaras destruidas por grupos enardecidos que tenían claramente la orden de identificar a la prensa y bloquearla .

Un cronista de la CNN y otro de un medio belga recibió varios golpes en la cabeza.

Y quedaron al menos seis hombres de prensa arrestados y amenazados con la expulsión.

Al otro extremo de la plaza, ya no se podía entrar. La gente de Mubarak había copado el ingreso donde dos tanques cerraban el paso. Los individuos que vigilaban esos retenes tenían un tono extremadamente violento. La gente que iba saliendo de la plaza era insultada y escupida desde lo alto de los tanques. Y la agresión aumentaba si descubrían que eran extranjeros porque sospechaban de inmediato que se trataba de periodistas. A uno de ellos, un hombre alto y rubio, lo tomaron a puños todo a lo largo del camino que tenía que recorrer para salir de ese infierno. Era tal la tensión, que muchas mujeres opositoras salían gritando y llorando, muertas de miedo.

De ese lugar, Clarín fue nuevamente expulsado. Uno de esos individuos cargó sobre este enviado gritando en un inglés precario y, alzando las manos dispuesto a la pelea, que no teníamos que estar más ahí. Y vinieron más para apoyarlo: «Vamos a sacar a todos los extranjeros a patadas». «¿Por qué, quién lo ordena?, pregunté. «Nosotros somos Egipto, no los que están ahí adentro», señalando a la plaza. «No queremos extranjeros, no queremos periodistas, no tenemos amigos en ningún lado «.

Fuente: Clarín.com

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