EL LEGADO DEL AMOR – La emotiva historia de superación de Cristina Pontoni

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Por Francisco Díaz de Azevedo

Era un domingo de 2001 por la noche en Mendoza y nada hacía presagiar que lo que iba a pasar, cambiaría para siempre la historia y la vida de María Cristina Pontoni y de su hermano Emanuel.

Terminaba un Nacional de Patín y Cristina, todavía con los patines puestos, vio que sus papás René y Patricia la llamaban fuera de la pista del polideportivo. “Nos tenemos que ir, mañana trabajamos”, le dijeron. “No se vayan, es tarde, salgan mañana”, contestó la pequeña. “Imposible, mañana tenemos que trabajar” replicaron y se fundieron en un abrazo. Papá René, mamá Patricia y la pequeña María Victoria se despidieron de la patinadora. Sus últimas palabras con ella fueron “Nos vemos mañana”.

Cristina, volvería al terminar el evento deportivo, con la delegación de El Expreso. Eran 860 kilómetros los que separaban Mendoza de la ciudad de El Trébol, en la provincia de Santa Fe.

Sin embargo, entrada la noche, en La Paz, ocurrió lo que nadie piensa o al menos, nadie quiere presentir.

El auto de René Pontoni, impactó contra un camión y tomó fuego. Todos fallecieron en el siniestro. René tenía 40 años, su esposa Patricia Parucci 36, su hija María Victoria 8 y Analía Verbena, que también viajaba con ellos y era mamá de otra niña patinadora, 40.

Pasaron casi 24 años desde ese momento. “Nunca olvidaré ese 3 de junio del año 2001. Les supliqué que no se vayan esa noche. En ese momento, yo tenía 10 años y mi hermano 15. Yo me volví en el colectivo de la delegación. Cuando llegué a Rosario, me fueron a buscar unos amigos de la familia, Gerardo y Laura. Me extrañó que no estaban mis papás. Me dijeron que estaban trabajando y como eran muy responsables, lo creí. Luego en el auto me dijeron del accidente y cuando llegué a El Trébol, vi lo peor. Estaba mi hermano y luego el panorama de mi abuela con la pérdida de su hijo, de su nieta y de su nuera. Me fui de la familia Recalde y no quise ir al velorio porque quería tener el mejor recuerdo de ellos. Para colmo, mi abuelo había fallecido un mes antes de un infarto. A los dos días volví a la escuela”.

LOS PONTONI – René, patricia, Emanuel, Cristina y Victoria.

Cristina se muestra fuerte, rememora cada día, cada instante. En su cabeza, tiene la película intacta. Un film dramático, de días de dolor, pero también, de final con redención. “A medida que pasan los años, uno se da cuenta de la falta que me hacen mis papás y mi hermanita. Yo seguí con mi vida igual, no me quedaba otra; con mi hermano nos fuimos a vivir a la casa de mi abuela”.

Otra vez el drama

“En el 2005, la vida otra vez me golpeó”, confiesa Cristina. «Con la pérdida de mis padres, me aferré mucho a mis tíos Susi y Gabi (Martinez) y en ese año, ellos se fueron de viaje a Bariloche, con mi primito, la hermana de mi abuela y su marido y tuvieron un accidente cerca de Villa María. Sólo sobrevivió Nelda, la hermana de mi abuela. Mis tíos, eran mi segunda familia, eran mi mamá y mi papá. Cuando nos llamaron nos dijeron que sólo una persona había sobrevivido, me desesperé. Tuvimos que ir hasta Villa María, donde nos dieron la noticia. No nos quedó otra que enfrentar eso”, señaló Cristina mientras rompe en llanto por primera vez en el relato.

Sin embargo, no detiene su historia a pesar de las lágrimas. Como si su alma necesitara largar toda la carga que atesora en su interior, suelta: “Cuando hoy veo mis logros y no tengo a quien contárselo, es muy duro. Pasaron mis 15 años, pasó mi graduación, pasó cuando me recibí en la facultad, cuando me casé y no los tuve a mis papás. Siempre les digo a mis amigas que valoren tener a sus padres”.

Hoy Cristina tiene su gimnasio privado y también, es Directora de servicios públicos de la Municipalidad de El Trébol. “Su historia le dio un carácter especial para ejercer el cargo”, le confió a alguien una vez, la intendente Natalia Sánchez, cuando puso a Cristina en esa área.

“Hoy tengo una vida hermosa, tengo dos hijos preciosos, mi marido y mi hermano, que con 15 años me guio. Y mi abuela que golpeada como estaba, nos crio y nos hizo estudiar. Ella hizo hasta lo que no podía hacer por nosotros”, dice, Cristina. Ella y su hermano Emanuel son hoy, profesores de educación física.

Respira profundo, se le sonroja la cara, se seca las lágrimas con la manga de su pulover y dispara: “Hoy soy una persona feliz. La llegada de mi primer sobrino en 2015 me cambió la vida y me hizo vivir de otra manera. Luego llegaron mis hijos Joaquín y Blanca. Mi marido Gonzalo apareció en el momento que yo necesitaba, cuando me fui a estudiar. Ahí nos conocimos y seguimos juntos. Es mi apoyo, es mi compañía. Él calma mis ansiedades”.

Su duelo y las ganas de soñar con papá y mamá

“Nunca hice el duelo y lo hago hoy”, confiesa y agrega: “Psicólogo nunca precisé porque yo cuento todo, charlo todo y me apoyo en mis amigas y en mi familia. Mi hermano es un poco más cerrado. Igual es un dolor que voy a tener para toda mi vida, nunca se pasa”.

Con 15 años, llevó adelante una vida en la que se apoyó en cada ser querido que la rodeó. Es amiguera, de buen carácter y en sus días, nunca lleva ni siquiera un rastro de rencor o resentimiento.

Cristina es de esas personas sencillas, que pasan como una luz brillante por cualquier lugar y lo encienden. A veces es disparatada, personaje, portadora de buena onda. Y nunca, nunca, la gente la verá arrodillada o abatida.

En un segundo, se pone nostálgica y suelta: “Siempre quise soñar con ellos pero nunca me pasó. Nunca pude verlos de nuevo. Ellos están presentes siempre, siempre salen en una charla, en algún momento, pero ya no los vi más”.

Cristina y Dios

Semejante historia, conlleva enojos con Dios, para la mayoría de los seres humanos. Enojos traducidos en reclamos, en preguntas, en ira y en rencor.

“Cuando pasaron las cosas que me pasaron, yo no quería saber nada de Dios. Me preguntaba por qué a mí y por qué dos veces. No creía más en él. Pero con el correr del tiempo volví a creer. Hoy hay cosas que me pasan que me doy cuenta que está Dios o le pido ayuda. Hoy abrazo mucho a mis hijos, trato de pasar mucho tiempo con ellos. Mi manera de homenajear a mis viejos es tratar de demostrarles todo lo que hago día a día. Hoy me cruzo la gente por la calle y me los menciona todo el tiempo y eso me pone feliz y me llena de orgullo”.

Se termina la charla, se encoje de hombros, ya no hay rastros de lágrimas y una sonrisa pícara aflora otra vez en su rostro. Se levanta, atiende el teléfono y sale corriendo a tomar un reclamo. Hay que arreglar una calle, una vereda o una lámpara en la vía pública. Allá va «la Cristi». No para, no se cansa nunca. Allá va «la Cristi»; la que le enseña cada día a la vida, como honrar un buen apellido.

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