Es tiempo de volver, Darío Luis – Por Francisco Díaz de Azevedo

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Por Francisco Díaz de Azevedo

Vuela el balón por lo alto, surca el área del arco que da a cabecera oeste de la «Quema», es un domingo de frío, en esa lejana década del 90. Los hinchas se paran en la tribuna, se contiene el aliento, el «Cele» gana 1 a 0 pero el rival busca el empate en el último minuto.

Hay un manojo de jugadores, de camisetas entrelazadas, se termina el tiempo, el centro va a caer en el corazón del área, en el mismísimo punto final. Es un momento para el infarto, dramático, electrizante. Se detiene el tiempo, nadie respira, se eriza la piel, se congelan los parpadeos. El rival pone a 10 jugadores en el área y lo quiere empatar. El «Cele» defiende los tres puntos con el corazón en la mano y los dientes apretadas.

Entonces se escucha al relator, en la «1» de El Trébol a grito pelado: «…el esférico surca el aire, el «Cele» defiende el triunfo. Se va a terminar el partidooooo, es la última jugadaaaaaa…, el árbitro tiene el silbato en la boca, la visita va a la carga con todo, balón en el aire, caerá en el área chica y va a terminar el partido… va, va , va la pelota en el aire, se elevan los delanteros en busca del cabezazo y viene, y vieneeeee… y el «Patooooooooo»!!!!!! El «Patoooooo», el eterno «Patooooo», el inoxidable «Patoooo» atenaza la pelota y se queda con la jugada, el partido y los tres puntos para el «Cele». Ángel de las áreas!!! Corsario de los tres palos!!!! Guardián del arco más grande de la ciudad!!! El de Trebolense, el de Darío Luis Pietrani, el del «Pato», el de la leyenda vivienteeeee…». Y así termina el partido.

Ese momento, ese instante, es uno de los tantos, que hicieron que la figura del «Pato» fuera para siempre, eterna en el club, en la ciudad, en la liga.

Ese pibe, que un día se transformó en hombre, en marido, en padre y en abuelo, nunca dejó su pasión por el buzo de arquero. Darío Luis es de los que nunca dejan una pasión abandonada en un placard.

Darío Luis, ese hombre que toda su vida marchó a pasión, nunca dejó de amar el fútbol, nunca dejó de amar a su esposa, a sus hijas, a su nieta. El «Pato», el inoxidable, el eterno, nunca dejó de amar la vida.

La vida misma es su pasión, y ese corsario de los tres palos, no acostumbra a dejarlas así porque sí, sin luchar, rindiéndose.

Y mientras miles hoy nos aferramos a un rezo, como aquel de la tribuna en el 1 a 0 del «Cele» cuando el centro caía en el área, y fue el «Pato» el que nos arrancó la sonrisa final, tengo la misma gran sensación de que una vez más, el enorme Darío Luis Pietrani se elevará más alto que el resto de los seres vivientes y como una tenaza aferrará a la vida para no soltarla más.

Porque así está hecho ese enorme ser humano, ese amigo, ese pibe, ese querido «Pato», el que siempre sorprendió cuando la agonía llegaba al área y todo parecía derrumbarse.

Es tiempo de volver Darío Luis, es tiempo de regresar con los tuyos, los que te amamos. Es tiempo de festejar.

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