El día que El Trébol empezó a ganarle al coronavirus – Por Francisco Díaz de Azevedo

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Por Francisco Díaz de Azevedo

Desde hace un tiempo, largo por cierto, nuestra vida está llena de incertidumbre, de temores y de angustia.

Desde hace un tiempo, con la amenaza de la pandemia, que como una sombra, fue acechándonos hasta llegar a nuestros hogares, vivimos temeros esperando que de una vez por todas esto se pase.

Desde hace un tiempo, cuando el primer caso llegó a la región, otro enemigo nos preocupó de sobre manera.

El enemigo del dedo señalador, el que apunta y el que acusa. El que destrata y que juzga. Entonces también nos golpeó duro el pánico por no ser el primer contagiado. La desesperación por no tener que soportar, además de la tos, la fiebre y el dolor del cuerpo, las habladurías de una sociedad que busca culpables y que criminaliza a los enfermos. El cruel castigo social.

Ese miedo, esa pesadumbre, ese pecho oprimido de sentir vergüenza porque la pandemia te atrapó y el virus ingresó en tu ser, era más pesado de llevar que el coronavirus mismo.

El Trébol ganó. El Trébol venció, El Trébol tendió una mano.

Mientras los casos se iban sucediendo en la región, también nos llegó el primero a nosotros. Pero el impacto del Señor Covid, de transmitir fiebre pero también de hacerte sentir miedo, no pudo con nosotros.

El Trébol no se achicó ante el impacto. Abrazó a Damián, luego a Carolina, después a Federico y también a Antonio, a Andrea y así a todos y cada uno de los infectados por este bicho. No los señalamos, nos los culpamos, no los juzgamos.

La sociedad de El Trébol se apuntó una victoria que pocos han logrado. Con errores y virtudes, todos tomamos un teléfono y quisimos ayudar, mandar un mensaje, abrazar como pudimos.

Los que nos guían no mandaron a cerrar negocios ni a prohibir nada, porque hoy, como estamos, prohibir, es sinónimo de no vivir. Simplemente nos mandaron a cuidarnos más. A tratar de hacernos entender que está en nosotros y no en el látigo, eso de tener que  cuidarnos.

Todos, la Junta, el Municipio y los Concejales, con sus ideas diferentes y sus creencias disímiles, NUNCA mostraron los dientes, tuvieron paciencia, transmitieron mensajes de cómo cuidarnos.

Y a pesar de que somos cabezones, de que nos cuesta acatar, de que no hacemos caso, de que transgredimos, tenemos que decir que es un placer vivir en El Trébol. De poder ir al bar, de poder ir a comprar a una tienda, de poder caminar libremente por las calles en estos tiempos.

La sociedad está tranquila a pesar de todo. Y eso no tiene precio. Porque el Covid está. No es verso, Puede ser más dañino o menos, eso es discutible, pero está. Y si está y al pueblo le sumamos angustia y le sumamos incertidumbre económica, el coctel puede ser letal.

Con esto no quiero resaltar que somos intachables. Tenemos un millón de problemas. En el sistema de salud, en las áreas municipales, en los pasillos del Concejo, en los medios de comunicación que comandamos y en nuestra vida, a la que muchas veces arriesgamos por transgredir. Eso no está en tela de juicio. Somos completamente imperfectos.

Pero hay una cosa segura. Ni el Municipio, ni el Concejo, ni Defensa Civil, ni los médicos y su gente de salud, ni las fuerzas, ni los medios de comunicación, ni los vecinos en su gran mayoría, le dimos la espalda a un enfermo de Covid 19 en El Trébol.

Eso que temíamos hace un tiempo no sucedió. Ganamos una batalla enorme, infinita. Y eso pasó en El Trébol, con nuestra gente, que a pesar de vivir con el virus, camina libre por las calles y sigue tomando el teléfono, llamando a un amigo infectado y diciéndole: “En que te puedo ayudar?”

En estas líneas hoy simplemente me refiero al sentido humano. No quiero hablar de cuarentenas, de errores, de aciertos ni de medidas. En medio del caos, logramos algo que parecía muy pero muy lejano: Sacamos belleza desde el corazón.

Gracias ciudad, gracias vecinos, gracias todos. Es un lujo vivir en este pueblo en el que, por el aporte de todos, se respira libertad y por sobre todo, demostramos como vivir con humanidad.

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