CASO GARNERO – La carta de una de sus hijas

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La arquitectura de todo esto

Fue hace unos veinte años. Cuando uno no es el que dibuja, los primeros trazos que se dibujan en un plano son casi indescifrables para el observador. Son solo líneas que se cruzan, que se encuentran, que se alejan. En los últimos años de la secundaria Alejandro empezó a tener conductas raras. Repitió quinto año por problemas de conducta. En ese momento no terminó la secundaria por los mismos problemas (años más tarde terminó en la nocturna). Era difícil para mí y para mi hermana convivir con él. Mis padres eran un poco más tolerantes, aunque siempre tratando de vivir en un ambiente tranquilo.

Yo, en este caso el observador, me fui a estudiar a Rosario. Cuando uno mira desde lejos ya no ve los detalles en el plano. Un alivio, aunque solo para mí. Pasaron unos tres o cuatro años.  Ya trabajando en la facultad, tuve que pedir salir del trabajo porque me avisaron que mi hermano iba a ser internado en una clínica psiquiátrica en Rosario, porque había presentado un brote psicótico. Mi jefe no dudó en decirme que esa conducta que yo le describía era debido a drogas, me preguntó si se drogaba. Le dije que no sabía. Lo suponía, pero no tenía forma de confirmarlo. Mis viejos tampoco.

Para aportar claridad al observador, el plano tuvo su rótulo. Adicción a las drogas. Solo Estuvo unos días internado. ¿Y después? Yo seguía lejos, mis padres comenzaron un largo camino de trámites, consultas, visita a centros de rehabilitación, orden judicial, etc. Alejandro ingresó en una granja de rehabilitación cerca de Rosario. Empezó la lucha de Gloria. Aunque sin cobertura de ninguna obra social (tenía IAPOS), con alto costo mensual, y con las puertas abiertas. Esto significa que no lo podían obligar a quedarse. Todos los fines de semana, mis viejos fueron a visitarlo. A veces yo también.

El plano empezó a tomar forma, el observador empezaba a entenderlo, aunque no le gustara lo que veía. Se dibujaban líneas que luego se borroneaban. Estaba desprolijo. Pasaron unos dos años, y con las puertas abiertas, se escapó varias veces. Siempre volvía a El Trébol, o llamaba a mis viejos para que lo vayan a buscar a algún pueblo de la zona. Volvía a la granja obligado por ellos, y en los primeros meses parecía que la escapada no se repetiría. Pero sí. Eran victorias y fracasos, pero mientras estaba en la granja ella (Gloria) estaba logrando lo que quería, su recuperación.

El dibujo ya ocupaba todo el papel. Para avanzar, había que pasar a otra escala. No sé cuántos años fueron, unos cuatro años. A veces las escapadas resultaban en estar unos meses viviendo con mis viejos con la promesa de estar bien y trabajar. Peleas con empleados, amenazas y actitudes violentas contra mi papá, fumaba marihuana, quemaba cosas. Quemaba mesas, sillas, valijas, libros, cuadros, fotos, ropa, lo que encontraba. Ya no podía volver a la misma granja, necesitaba otra cosa. ¿Qué cosa?! Gloria otra vez empezó a hacer consultas, buscar otros centros de rehabilitación, médicos, psicólogos, abogados. Mientras tanto, quería que trabaje, que ocupe el tiempo. Ella lo veía mejor que antes, aunque no totalmente recuperado. Alejandro nunca quiso dejar la droga. La droga le quemó la cabeza, no era el mismo, sus actitudes siempre eran raras. Le consiguió algunos trabajos con gente conocida, o en su casa, pero todo era un conflicto. Vivía con mis viejos. Todos los días Gloria le hablaba para que recapacite, para que sepa que podía tener otra vida, para que se consiga un trabajo. Él no le contestaba, o le contestaba mal. Pero después de unos días le decía que sí, que iba a buscar un trabajo para irse a vivir solo. Nunca quiso dejar la droga. No tenía necesidades económicas, no fue abandonado por su familia, no le faltaban oportunidades laborales y de estudio.

El plano quedó ahí. Ella no quería abandonarlo. Quería que tenga una vida independiente, con un trabajo. Me decía que no quería dejarlo solo. No quería seguir viviendo con él, pero quería asegurarse de su bienestar. Me decía que él era su HIJO. Una madre nunca abandona a un hijo ni deja de luchar por él. Ella ya había perdido una hija, no quería perder otro. Yo le pedí muchas veces que lo saque, para evitar cualquier situación desagradable. Me decía que con que él tenga vida alcanzaba para seguir luchando por él. No quería abandonarlo. Ella lo decidió así.

Sabemos cómo empezó, no sabemos cómo termina. Gloria luchó toda su vida por su recuperación, incluso la entregó por eso. Ella está en el cielo, y estoy segura que sigue luchando por lo mismo.

Queremos agradecer a toda la comunidad de El Trébol por las muestras de afecto y el reconocimiento hacia Gloria, hacia nosotros, el acompañamiento que recibimos, la ayuda, el apoyo, la predisposición. A todos. En particular a nuestra GRAN FAMILIA, que es incondicional, que no hizo falta llamar porque ya estaban, que no hizo falta pedir porque ya lo habían hecho.

Porque en El Trébol, el pueblo es chico pero el corazón es grande. Gracias.

Una de las hijas de Gloria.

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