Enrique Peña Nieto asumió como presidente tras 12 años de gobierno del PAN.

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México: el PRI regresó al poder y hubo violentos choques en las calles – Su triunfo electoral es resistido por grupos opositores. La policía reprimió a manifestantes ante el Palacio Legislativo. El viejo partido salido de los caudillos de la Revolución está de vuelta y Enrique Peña Nieto duerme desde hoy en Los Pinos . Pero una vez más, otra vez, tampoco fue fácil.

Mientras Peña Nieto se colocaba la banda presidencial, fuera del Congreso los disturbios dejaban 65 detenidos y 4 heridos graves tras los incidentes protagonizados por organizaciones de lo más variopinto (desde indígenas a grupos antisistema) que protagonizaron actos vandálicos antes de la llegada de un presidente que consideran impuesto por las televisiones y los grandes poderes. Entre los grupos de protestas más destacados, se encontraba el «YoSoy132», de gran predicamento entre ciertos sectores juveniles y que tuvo gran actividad en la campaña electoral.

El PRI está de vuelta al Palacio Nacional donde los frescos del mejor publicista que ha tenido, Diego Rivera, contemplaban la llegada del joven presidente de 46 años que pronunció su primer discurso ya como mandatario. Pero a las protestas contra el «presidente bonito», Peña Nieto replicó con un paquete de 13 medidas que pondrá en marcha en los próximos días con un objetivo, repetido una y mil veces a lo largo de una hora de discurso: «Es hora de que México se convierta en una potencia».

Bandera en pecho, Enrique Peña Nieto estrenó palabras de presidente y las llenó de kennedyana ilusión. Habló de «una nueva etapa de la historia de México», de una «democracia con instituciones y con finanzas sólidas» y no olvidó a los que «viven en el atraso y la pobreza». Imaginó «un México en paz» e «incluyente» con una «sociedad de clase media».

Entre las instrucciones que de forma inmediata deberán cumplir sus ministros están: devolverle a México un papel dominante en la escena internacional, un plan para recuperar el tejido social o una profunda reforma educativa que termine con las plazas vitalicias de los maestros. Sobre la violencia de los cárteles de la droga que ha dejado más de 70.000 muertos durante el gobierno del presidente saliente, Felipe Calderón, Peña Nieto dijo que «el delito no sólo se combate con la fuerza». Luego, anunció la puesta en marcha de una ley de víctimas de la violencia.

Peña Nieto tomaba la iniciativa. Mandatarios de todo el mundo, el vice argentino Amado Boudou, el de EE.UU., Joe Biden, diplomáticos y el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, interrumpieron en varias ocasiones con aplausos un discurso que incluyó guiños sociales y propuestas para terminar con los más de 50 millones de pobres pero que, por sobretodo, insistió en una idea: «México está listo para despuntar en el mundo».

Todo un bálsamo y una inyección de optimismo para un país abatido por la violencia y necesitado de aliento. Hasta un marciano hubiera deseado ser mexicano escuchando sus palabras. «Pocas veces se presentan oportunidades históricas como ésta y tenemos que aprovecharla y hacer de México una potencia».

Pero el rostro del nuevo PRI incluye algunos gestos autoritarios como los de toda la vida. La señal de televisión que recogió la toma de posesión de Peña Nieto cerró el encuadre al máximo para evitar que todo el país viera cómo los diputados opositores le lanzaban billetes mientras avanzaba hacia la tribuna. También el audio fue manipulado para que no se oyeran los insultos y gritos de «Peña fuera» en su contra. Los escoltas lo seguían de cerca dentro del Congreso para evitar agresiones de otros diputados. El recuerdo de hace seis años, cuando Calderón tomó posesión del cargo a puñetazos, estaba aún muy fresco.

Fuera del recinto, la escena fue mucho más violenta. Desde muy temprano los manifestantes esperaban frente al Congreso, convertido en un búnker, la llegada de Peña Nieto. Las protestas se trasladaron al Centro Histórico y a ellos se unieron grupos de antisistema que arrasaron con una sucursal de banco, el lobby del hotel Hilton y un restaurante de comida rápida, a pocos metros de donde hablaba Peña Nieto. El «México Bárbaro» irrumpía «contra la imposición».

Pero la prensa lo recibió con una esperanza: «En la campaña presidencial de Peña Nieto lo presentaron eficazmente no como un político en ascenso, sino como una mercancía política impulsada por la televisión, donde pesaba más la envoltura que el producto. Remontar el lastre estructural y el coyuntural no es algo sencillo, pero es menester reconocer que –después de su elección– Peña Nieto ha enviado señales que, de constituirse en signo de gobierno, no habrá por qué asombrarse si se afianza bien y pronto en el poder». Así lo escribió, por ejemplo, el director del periódico conservador Reforma.

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