A la Argentina no la mató el fútbol, la asesinó la INJUSTICIA de una piba muerta

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Por Melisa Barrios

Dicen que la final entre River y Boca – Boca River mató al fútbol y dejó sin vida a la Argentina. Qué paradoja, yo pensé que el futbol se había muerto hace un tiempo, cuando los intereses económicos y las barras fueron más importante que el deporte mismo. Allá lejos, cuando las publicidades comenzaron a aparecer en las camisetas.

Y más absurdo todavía, pensando un poco más profundo, es creer que este país ya no late por una pelota. Este país dejó de tener vida cuando se robaron humanos, cuando nos mataron en las calles, cuando el hambre hizo ruido en algún estómago de un niño, cuando fue más importante tener limpia una pared que la existencia misma.

De cada suicidio social nos hemos levantado, logramos vencer a la parca. Renacimos y nos reconstruimos, pero en ese proceso se fue perdiendo la esencia, quedaron atrás valores, sentidos. Poco a poco fuimos transformándonos en una sociedad vacía y pobre, más allá de lo económico, fuimos cayendo en la carencia de contenidos, de ideas, de memoria. Nos adormeció la ignorancia, el odio y el poder.

Perdimos. Morimos. Nos convertimos en una sociedad sombie, con en las mejores series de TV. Dejamos atrás la empatía y la apatía ganó el inconsciente colectivo.

Fuimos agonizando hasta que morimos cuando una pelota importó más que una piba muerta. Caíamos en el abismo cuando la INJUSTICIA, avaló la violación, la tortura, la muerte. Temo que de ahí no hay vuelta atrás. El conservadurismo patriarcal nos condenó a todos.

Las muertes diarias, el acoso, la humillación, el desprecio por el otro. Haber perdido el sentido de igualdad nos mató. No saber que es la equidad nos mató. Pensar que tener una campera de marca te hace mejor persona, eso nos mató.

Vivir sin cultura, educación y salud, nos arrebata la vida.  Creer justamente que la cultura, la educación y la salud son lujos, y que solo pueden tenerlas los que pueden pagarlas, nos quita humanidad, nos hace más oscuros.

Morimos cruelmente en cada mirada que ya no mira, en cada boca que no ríe, en cada oído que dejó de escuchar. Ahí, los halos de luz que nos daban esa condición de humanos fueron marcas sombrías. Nos convertimos en entes, meros cuerpos inertes. Fríos. Objetos de una sociedad que dejó de latir y sentir.

Condenados por el individualismo y claro, por el patriarcado que no quiere ceder. Anhelo de cambio. Saber que inevitablemente, lo vamos a tirar y que va a morir, da esperanza. Y como en la inmortalidad del fénix, y de algún lugar, los ideales renacerán y vencerán. Veo brotes. Hay amor. Hay lucha. Se cristaliza en las calles y desde ahí, la vida volverá e iluminará la existencia.

Hasta ese momento, intentemos no matar las oportunidades que vendrán.

Cierro diciendo “perdón Lucia”, esta vez no pudimos, nos ganó la muerte…

… pero también, como leí en alguna pared, decir que en la INJUSTICIA CRECERÁ NUESTRO GRITO.

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