Cien años de espera

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El agua potable llega al fin a – El gobierno anunció la postergada construcción de un acueducto en el pueblo que hizo célebre García Márquez. Un periodista contó cierta vez que, cuando visitó Aracataca, la radio del pueblo, cuyo relator transmitía desde la plaza central, iba propalando en vivo su agenda: «En estos momentos el ilustre periodista Fulano cruza la plaza de Aracataca…» Esto sucedía en los 80 y Gabriel García Márquez ya había ganado el premio Nobel y en su novela Cien años de soledad había convertido su pueblo natal en Macondo, una de las metáforas más complejas de América latina y de su modernización, atravesada de contramarchas. Según acaba de informar Luis F. Henao, ministro de Vivienda y Territorio de Colombia, a partir de marzo este pueblo de 30 mil habitantes, en el departamento del Magdalena y a dos horas de la ciudad de Santa Marta, podrá disponer de agua corriente –¡y potable!

La noticia se difundió en el festival literario Hay, que el miércoles sesionó en la casa de García Márquez, hoy convertida en museo. El gobierno de Juan Manuel Santos proyecta una inversión de 4 millones de dólares, que llevará agua corriente y desarrollará el filón turístico de Aracataca, en vida de su escritor nacional. Se proyecta, además, restaurar la iglesia de San José, donde fue bautizado el Nobel, construir hoteles, restaurants, renovar Macondo, en suma, con el balance preciso de servicios y calculado vintage literario.

Una de las paradojas de la Aracataca real es que, estando rodeada de ciénagas y ríos, siempre dependió de la construcción de un acueducto. No se trata de realismo mágico sino, digamos, de ese habitual anti–milagro llamado corrupción. El proyecto fue emprendido y fracasó seis veces. Hasta hace poco llegaban cuatro horas de agua cruda semanales, es decir, agua no potable; luego el servicio se extendió hasta doce horas. Pero recién en marzo cantarán al fin las canillas.

García Márquez nació en 1927 en Aracataca, más precisamente en «la casa de los abuelos», donde vivió solo hasta los 8 años. En tiempos de su infancia, supo ser un centro de operaciones de la United Fruit Company –en 1928, la empresa masacró a mil peones durante una huelga. Hoy día su economía se basa sobre todo en el aceite de palma.

En Vivir para contarla, su libro de memorias, el colombiano reconstruye –o construye o mistifica– que su regreso desde Barranquilla a esa casa natal, para un breve viaje con su madre con el fin de vender la propiedad, sería la decisión más decisiva que tomó en su carrera de escritor, pues de ese paseo surgiría el universo entero de su novela. Por entonces, él ya era un joven periodista del diario El heraldo y pertenecía al núcleo de intelectuales conocido como Grupo de Barranquilla, nucleado en torno de las librerías Mundo y R. Viñas & Co, hoy desaparecidas.

Volviendo sobre su infancia, recuerda que aquella Aracataca quedaba «a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban sobre un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos». Evoca también el mito local de que el tendido de ferrocarrill y los campamentos de la United Fruit «fueron construidos de noche porque de día era imposible agarrar las herramientas recalentadas al sol». Su pueblo de los años 30 incluía el baño ritual del abuelo a las seis de la mañana, «que en sus últimos años tomó siempre conmigo; nos echábamos agua de la alberca con una totuma y terminábamos empapados de Agua Florida de Lanman y Kemps, que los contrabandistas de Curazao vendían por cajas a domicilio, como el brandy y las camisas de seda china».

El Macondo mitológico está sometido a la ley de los extremos pluviales. Allí no llueve durante meses, cosa grave para una comunidad regida por la producción de bananas, o bien la lluvia es diluvio, argumento perfecto para la ley marcial por si «fuera necesario aplicar medidas de emergencia para la calamidad pública del aguacero interminable». Y esto origina otros hechos fabulosos, como el mediodía en que «hubo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios».

Más tarde alguien intentará repoblar el cielo de Macondo con la suelta de venticinco parejas de canarios finísimos pero éstos preferirán emigrar. La lluvia de pájaros insolados reaparece en Los funerales de la mamá grande, como «una equilibrada mancha de gallinazos sobre el muladar».

Hipnótica, trastornante, ¿el agua caída en exceso será mejor o peor que el agua que se hace desear? En la infancia, cuando el niño se habrá hecho esa pregunta, el agua puede ser una abreviatura de la palabra patria, ya se trate de un recurso o de una deuda antigua.

Fuente: Clarin.com

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